Y llega 1938. Una comida en San Sebastián. Tres hombres: Rodrigo, el guitarrista Regino Sainz de la Maza y el Marqués de Bolarque, «alguien destinado por Dios a ser el mecenas de los músicos, pero todavía no se decide a serlo», escribió el compositor en 1943. «Has de volver – imploró Sainz de la Maza – con un concierto para guitarra y orquesta. Es la ilusión de mi vida». «Apuré dos vasos seguidos del mejor 'rioja' y exclamé: eso está hecho», replicó el maestro.
La melancolía del Concierto de Aranjuez es el sentimiento de un hombre que padece, como el resto de su país, las consecuencias de la guerra, pero también en lo personal: su esposa ha sufrido un aborto y las penurias le han obligado a vender el piano de ella. Aunque Aranjuez es también el recuerdo del amor, de las horas pasadas en los jardines, junto al Tajo.
«Dos meses después, en mi pequeño estudio de la 'rue' Saint Jacques (...), oí cantar dentro de mí el tema completo del adagio, de un tirón, sin vacilaciones, casi idéntico al que vais a escuchar», concluye el compositor valenciano. El éxito fue arrollador e inmediato y sólo la Fantasía para un gentilhombre, encargada en 1954 por otro genio, Andrés Segovia, se aproxima a la popularidad del concierto.
Juan Francisco Padilla interpreta esta obra junto a la "Orquesta de Córdoba".